La capital de un imperio que nunca existió

Por Ignacio López

 

Buenos Aires tiene esa fuerza que seduce apenas se la pisa. Es pasión, tango y bohemia en cada esquina. Una ciudad hecha y preparada para el turismo y el buen vivir, donde la vida cultural late con intensidad y la estética urbana sorprende a quien viene de lejos.

Caminar por sus calles es encontrarse con un orden poco habitual en las grandes urbes latinoamericanas: no hay comercio ambulante en las salidas del Subte, las paredes no están cubiertas de rayados y los edificios muestran un cuidado patrimonial que habla de respeto y orgullo por lo propio. Cada barrio —desde la elegancia señorial de Recoleta hasta el bullicio colorido de La Boca— cuenta una parte de un relato que mezcla tradición y modernidad.

Durante décadas, distintos gobiernos cargaron sobre Argentina un relato de crisis y caos. Sin embargo, al recorrer Buenos Aires se descubre otra cara: la de una ciudad que se sostiene en su identidad, en su cultura y en la calidez de su gente. Esa vitalidad la convierte en un centro vibrante, casi imperial, aunque ese imperio nunca haya existido más allá de la imaginación colectiva.

 

 

El tango, nacido en los arrabales y en los puertos de inmigrantes, sigue siendo la melodía que mejor la define. No es solo música: es un lenguaje compartido que atraviesa generaciones y que permanece vivo en las milongas, en los cafés históricos y en los espectáculos que cautivan tanto a locales como a turistas. Basta escuchar los primeros acordes de un bandoneón para entender que se trata de un patrimonio cultural que late en el corazón mismo de la ciudad.

Esa permanencia del tango en la identidad porteña se refleja también en la forma en que Buenos Aires se mira a sí misma. El tango es nostalgia y celebración, es memoria y futuro; es una metáfora de lo que la ciudad ha sabido hacer: transformar sus dolores y sus glorias en arte. Por eso, aunque el mundo cambie y las modas pasen, el tango se mantiene como el pulso inalterable de la capital de un imperio que nunca existió.

Buenos Aires emerge entonces como un símbolo. Una capital que se soñó grande y que, a su manera, lo sigue siendo. Quizás por eso, al despedirse de ella, siempre queda la sensación de haber visitado no solo una ciudad, sino un universo entero.

 

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