
La capital de un imperio que nunca existió
Por Ignacio López Buenos Aires tiene esa fuerza que seduce apenas se la pisa. Es pasión, tango y bohemia
Cuando Rodrigo González habla de jazz, lo hace con la calma de quien ha transitado diversos escenarios y con la pasión de quien sigue sorprendiéndose con cada acorde. Aunque uno podría pensar que descubrió el género en su adolescencia, él aclara que fue bastante más tarde. “En casa escuchábamos muchos géneros, pero el jazz no estaba tan presente, salvo un par de discos de Glenn Miller y Red Nichols”, recuerda. Su acercamiento real llegó a través de un programa de radio, donde descubrió voces que lo marcaron profundamente: Sarah Vaughan, Mel Tormé, Tony Bennett, Cleo Laine, entre otros. “Me atrajo la manera de abordar los temas, la libertad para recrear canciones y el trabajo de integración total entre instrumentos y voces. Esa libertad me conquistó”.
Docente y cantante, Rodrigo reconoce que ambas facetas se nutren entre sí. La sala de clases le ha dado herramientas para comunicarse con el público desde la cercanía y la cordialidad. “En mis presentaciones busco un vínculo dinámico, con momentos activos, otros más reflexivos y también de interacción, muy parecido a lo que hago en clases. Es un constante intercambio entre el aula y el escenario”, explica.
Esa versatilidad también se ha puesto a prueba en los distintos contextos en los que ha cantado, desde dúos íntimos hasta grandes orquestas. Para él, la experiencia de un dúo es intensa y exigente: “Eres al menos el 50% de la propuesta musical. Es un espacio de mucha intimidad y demanda”. En cambio, con una big band la sensación cambia radicalmente: “Es como ir en la cresta de una ola que está a punto de romper en la playa. Una experiencia poderosa y envolvente”.
Al hablar del panorama actual del jazz en Chile, se muestra optimista. Destaca el espacio que el género ha ganado en las últimas décadas, gracias a la labor de intérpretes y de lugares emblemáticos como el Club de Jazz de Santiago, con más de 80 años de historia, así como la aparición de espacios más jóvenes que han impulsado nuevas generaciones de músicos. “El jazz se ha fortalecido gracias a las instituciones que han formado profesionales en el área, aunque también creo que no todo lo que brilla es jazz. Sin embargo, lo importante es que ha crecido, y no solo desde la tradición, sino también a partir de compositores y cultores que han aportado con originalidad, sumando nuevos y locales colores a la escena”.
Con esa mirada, proyecta el jazz como un espacio en constante transformación, donde conviven la tradición, la innovación y, sobre todo, la libertad creativa que lo enamoró desde aquella primera escucha en la radio.
Con todo, Rodrigo insiste en que el jazz no es solo música, sino también un espacio de encuentro humano. “Lo que me sigue maravillando es cómo el jazz nos obliga a escuchar al otro, a dialogar con los músicos en tiempo real y a compartir con el público un momento irrepetible. Esa es la magia: cada interpretación es única y no se volverá a repetir igual”. Quizás por eso, más allá de escenarios o formatos, su pasión por este género sigue intacta: una búsqueda constante de libertad, creación y conexión.
Entrevista escrita por Ignacio López C.
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